Ciencia y turismo en desarrollo de zonas extremas
Por Álvaro Fischer
Presidente Fundación Chile
El Mercurio
Foto: Ministerio del Medio Ambiente
A pesar de que hasta hace poco la lejanía, difícil geografía y baja densidad poblacional de los extremos del país se consideraban obstáculos para su desarrollo, a comienzos del siglo XXI, y mirados desde una perspectiva renovada, se pueden convertir en modernas herramientas para impulsar un vigoroso y novedoso desarrollo, puesto que ahora el mundo global los aprecia de manera distinta.
En efecto, esas zonas albergan algunos de los laboratorios naturales más importantes del mundo -el desierto de Atacama en el extremo norte, el más seco y con mayor radiación solar por metro cuadrado del planeta, provisto además de los mejores cielos del globo para la exploración astronómica, y la región subantártica y antártica chilena en el sur, con una fauna, flora y geología enfrentadas a condiciones extremas, que las hace únicas y con un inmenso y desconocido valor- todo lo cual crea un mapa de oportunidades inigualables para un desarrollo científico de clase mundial.
Eso genera un terreno propicio para introducir innovaciones tecnológicas de punta, asociadas con los requerimientos de la astronomía -la ecología pro desarrollo Mistic (Matemática, Ingeniería, Software , Tecnología, Industria y Ciencia)- y a la exploración científica antártica y subantártica, que modifican radicalmente su valoración, desde alejadas, despobladas y desérticas, a únicas, bellas y llenas de atractivos científicos y turísticos.
Nuestro país se encuentra en una posición privilegiada para aprovechar esas oportunidades, que lo podrían instalar en el mapa mundial de la ciencia y la tecnología de zonas naturales, constituyéndose así en una magnífica plataforma para generar riqueza a partir del conocimiento, característica principal de la sociedad del siglo XXI.
Pero hay más. El desierto de Atacama ya es un lugar de gran atracción turística, cuyo ícono es el poblado de San Pedro, con su variada geografía inserta en una atmósfera prístina, de gran riqueza mineral, geotermal, y antropológica, a lo que se suman la multitud de observatorios astronómicos allí instalados, que concentrarán, a fines de esta década, dos tercios de la capacidad de recolección de datos astronómicos del mundo.
Además, el extremo sur alberga bellezas naturales incomparables -montañas, lagos, canales y fiordos- cuya aura romántica de «fin de mundo» con múltiples parajes asociados con la historia de la navegación y de la ciencia -Magallanes, Drake, la travesía del Beagle y Darwin, entre otros-, llena de significado a la zona y la hace aún más atractiva a un creciente número de turistas globales.
El desarrollo de las recién descritas aptitudes científicas y turísticas de esas zonas requerirá de un esfuerzo persistente, multidimensional y difícil de pormenorizar anticipadamente en una secuencia definida de acciones. Sin embargo, hay un paso simbólico que puede darse ahora, pues sirve para aglutinar una parte de la imagen de Chile en torno a esas localidades y sus aptitudes, sirviendo así de conductor del proceso. Se trata de la construcción de edificios icónicos, cuya arquitectura y ubicación capturen la imaginación del mundo, como lo han hecho la Ópera de Sydney o el Museo Guggenheim de Bilbao.
Hay tres proyectos en diversos grados de desarrollo que van en esa dirección: el Centro de Interpretación Astronómica Chajnantor en el Parque Astronómico de Conicyt en las cercanías de San Pedro; el que busca consolidar a la ciudad de Punta Arenas como la capital científica de la Antártica, con un edificio ubicado a orillas del estrecho de Magallanes; y el Centro de Investigación Subantártica con un edificio en Puerto Williams, bajo los auspicios de la Fundación Omora.
El primero busca identificar al país con la astronomía, para aprovechar que ella encarna la tecnología de punta y las preguntas fundamentales de siempre, esencia del siglo XXI; el segundo procura realzar las condiciones únicas y potentes que tiene Punta Arenas para constituirse en la plataforma de todo el quehacer científico al sur de su paralelo; el tercero colabora con el anterior, con la actividad científica que ya se realiza en Navarino y en toda la zona subantártica.
La ciencia y el turismo, incluidos los telescopios que auscultan el cielo en el norte y las lupas que examinan los líquenes y musgos en el sur, serán palancas que nuestro país no puede desaprovechar en el desarrollo futuro de sus zonas extremas.
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