La belleza vulnerada
El daño causado al edificio del Museo es una puñalada al alma misma de la Arquitectura nacional, es desconocer el lugar que alberga el arte y la cultura como ningún otro, es olvidar que es el soporte de una gran colección de obras que nos pertenece a todos, ese espacio ha sido vulnerado en su integridad física y se ha violado la pureza de su espíritu.
Como es de público conocimiento, el pasado jueves 11 de agosto, una de las cúpulas del frontis del Museo Nacional de Bellas Artes fue dañada con rayados efectuados por jóvenes que peligrosamente treparon por la fachada, hasta que una vez producido el hecho, procedieron a sacarse una fotografía y escaparon.
Esta temeraria acción, produjo el rechazo transversal de vastos sectores de la ciudadanía, del mundo gremial y académico, así como del mundo de la cultura y el arte. El rayado de edificios y monumentos de nuestras ciudades, se ha vuelto algo cotidiano y común, pero no por ello menos pernicioso y dañino para nuestro patrimonio cultural, que desde hace años se ha visto groseramente atacado y cobardemente agredido. Digo cobardemente porque nuestros edificios y obras de arte se encuentran inmóviles e indefensos ante la cruel y despiadada acción de vándalos que, sin dios ni ley, simplemente destruyen, queman o rayan.
Sus actos forman parte de sus hazañas callejeras, de su quehacer periódico y de su desprecio por la historia de la que provienen y la cultura a la que pertenecen. Todo esto no tiene nada que ver con la expresión artística del que se siente abusado por una sociedad que no le ha dado lo que espera o cree merecer. Tampoco se trata de un acto de protesta ante la injusticia de vivir en un mundo colmado de desigualdad y egoísmo. Más bien, estas acciones tan incomprensibles como descabelladas, se enmarcan en un narcisismo exacerbado por los medios y por el “laisser, faire, laisser passer” de nuestras autoridades que no toman medidas para contener estas vandálicas acciones. Recorrer nuestras ciudades hoy, es como recorrer un campo de batalla, espacios públicos destruidos, tomados por carpas y vendedores informales, edificios rayados de punta a cabo y en varias capas sucesivas, la degradación de nuestra arquitectura hasta el extremo de desaparecer detrás de grafitis o de las llamas, en fin, la pérdida total de la educación cívica y el respeto por lo que otros hicieron.
“El rayado de edificios y monumentos de nuestras ciudades, se ha vuelto algo cotidiano y común, pero no por ello menos pernicioso y dañino para nuestro patrimonio cultural, que desde hace años se ha visto groseramente atacado y cobardemente agredido.”
Me permito en esta columna mencionar la falta de voluntad política para terminar con el último trámite constitucional de la Nueva Ley de Patrimonio Cultural en el Senado y que ya fue aprobada a principios de año en la Cámara de Diputados. Hago, desde acá, un llamado al Gobierno para que reactive la tramitación de la ley y así tengamos, más temprano que tarde, nuevas herramientas para la preservación y conservación de nuestro patrimonio, con instrumentos legales modernos y adecuados a los tiempos. La necesidad de contar con una ley con una orientación actualizada según las indicaciones de la UNESCO, dejando atrás los añejos conceptos de la actual, basada en la monumentalidad patrimonial sin considerar el patrimonio inmaterial, los lugares de memoria, los paisajes patrimoniales y el fomento del patrimonio como polo del desarrollo cultural y social de la economía, es estancar por más tiempo una verdadera y efectiva regionalización en la toma de decisiones respecto del patrimonio cultural del país. Sin perjuicio de lo anterior, bastaría con aplicar debidamente el artículo 38 de la actual ley de Monumentos Nacionales para, al menos, perseguir a los autores de este delito.
Una reflexión respecto a la formación de nuestros jóvenes para incluirlos en el cuidado y respeto que todo ciudadano debe tener por sus ciudades, sus edificios, sus monumentos y espacios públicos, se hace hoy urgente. De esta manera, estaríamos alejándolos de banalidades propias del mercado y el consumo, así como de lo desechable y de la inmediatez de lo efímero y transitorio.
Volviendo a la cúpula de nuestro Museo Nacional de Bellas Artes, cuna de la cultura nacional del siglo XX, obra del arquitecto franco-chileno Emile Jécquier, inspirado en el Petit Palais de Paris, declarado Monumento Histórico en 1976 y edificio ícono del Centenario, ésta cúpula pintarrajeada nos invita a cuidar, proteger y admirar la belleza de su arquitectura neoclásica.
Estoy convencido, que aun cuando ya no queden más edificios ni monumentos por rayar, estaremos allí para limpiarlos y devolvérselos a la ciudad y a sus habitantes. El daño causado al edificio del Museo es una puñalada al alma misma de la Arquitectura nacional, es desconocer el lugar que alberga el arte y la cultura como ningún otro, es olvidar que es el soporte de una gran colección de obras que nos pertenece a todos, ese espacio ha sido vulnerado en su integridad física y se ha violado la pureza de su espíritu. Su Director, el Premio Nacional de Arquitectura, Fernando Pérez, comentó a los medios lo lamentable de esta situación dados los permanentes esfuerzos que se hacen para mantener en orden al edificio, hoy Monumento Nacional. Esta acción vandálica, contrasta con el homenaje hecho al arquitecto Emile Jécquier en el libro que se presentó en enero en el hall central del museo, en una ceremonia de gran emotividad histórica para la arquitectura chilena y también, un muy profundo reconocimiento para el arte y la cultura nacional.
“Recorrer nuestras ciudades hoy, es como recorrer un campo de batalla, espacios públicos destruidos, tomados por carpas y vendedores informales, edificios rayados de punta a cabo y en varias capas sucesivas, la degradación de nuestra arquitectura hasta el extremo de desaparecer detrás de grafitis o de las llamas, en fin, la pérdida total de la educación cívica y el respeto por lo que otros hicieron.”
La ciudad entera pide orden y seguridad para sus valiosos edificios y espacios públicos que hoy, se encuentran gravemente vulnerados y en un inconcebible abandono. Fomentar el cariño por lo que nos ha costado tanto construir, hacerlo ver a nuestros hijos y nietos, perseverar en el cuidado de los árboles que nos dan generosa sombra, los edificios que nos cobijan y el espacio en el que nos desarrollamos dentro de las ciudades, es una labor de todos y puede llegar a ser el camino para ver la luz al final del túnel en el que hoy nos encontramos a obscuras, perdidos y desorientados.
En esta cruzada de recuperación de nuestra historia y nuestro patrimonio, no debemos excluir a nadie y ciertamente tenemos todos que participar con la fuerza que nos da el derecho a vivir en ciudades limpias, ordenadas y bellas, incluidos los que, sin medir las consecuencias de sus temerarios actos, han protagonizado esta reprochable acción y así restituir la belleza vulnerada.
Por Yves Besançon
The Clinic
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