Por Miguel Agustín Contreras y Mónica Álvarez de Oro.
Socios Arquitectos AOA
Una calle empedrada, que se inicia en un arco simple de acceso a la escuela, sube suave enmarcada por viviendas continuas de barro de baja altura. Puertas de maderas nobles pintadas de colores brillantes que denotan años de vidas familiares, encausan hasta donde grandes árboles cortan las perspectivas. Allí, el espacio se abre y después de la casa antigua de la posta de salud del pueblo, una torre de tierra con perforaciones aleatorias y suavemente girada en su ortogonalidad, se alza majestuoso en el centro de la plaza.
La pequeña iglesia de San Santiago de Belén, es un volumen blanco, simple, pero finamente ataviado de un frontón de piedra clara que, serena, espera a cada visitante.
La sonrisa amplia de su cuidador nos abre e ilumina su interior pulcro y afinado, donde el altar de marquetería tradicional y colorida, eleva nuestras vistas para destacar cada una de sus imágenes que permanecen intactas desde hace un par de siglos.
El trabajo paciente de restauración y conservación realizado, ha sido un esfuerzo colectivo que, liderado por la Fundación Altiplano, nos permite adentrarnos en la historia social, económica y cultural de los pueblos andinos.
En la ruta de la Plata desde Potosí, ha quedado este oasis de paz, descanso y servicios, que nos permite valorar el esfuerzo y el amor de muchas personas por la vida de los pueblos andinos. El tiempo, ha quedado congelado entre montañas y quebradas, el pueblo, testigo de años y de historia, parece nunca haber envejecido.
La notable intervención urbanística que generó un magnífico espacio cívico, sencillo pero interconectado con la originaria Iglesia de la Virgen de la Candelaria, dispuesta en una explanada superior, hoy reconvertida en espacio cultural, al cual brillantes peldaños de granito hacen de la plaza un continuo ascendente, compuesto entre campaniles de adobe y piedra poniendo en valor la plaza. Contemplar desde lo alto, ha asegurado por siglos, el dominio del paisaje del Valle con brillantes atardeceres púrpura.
Tampoco se pueden dejar de contemplar las luces del amanecer sobre los suaves cerros, sin que los tonos ocres, terracotas y blancos de la arquitectura se integren a la quietud de un pueblo, ahora con baja actividad urbana, pero, de gran acervo cultural.
Al anochecer, la calidez de la plaza y sus monumentos iluminados destacan la jerarquía de sus espacios y las adecuadas decisiones de urbanismo y diseño que extendieran y armonizaron dos templos antes separados.
Subirse a su campanil antiguo permite un instante de expansión y dominio del paisaje que transporta y hace sentir el valor de encuentro entre paisaje, arquitectura y cultura ancestral.
No se puede dejar de visitar Belén y menos, permanecer impasible frente al gran esfuerzo que posee el notable valor de entender la restauración patrimonial como un acto integrado de edificaciones, artes y vida comunitaria.
Belén, un lugar para experimentar la vida andina en su máxima integración entre ciudad, monumentos y familias.
*Las opiniones expresadas en la sección punto de vista son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de la Asociación de Oficinas de Arquitectos.
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