El Centro histórico de Santiago es uno de los espacios urbanos con mayor riqueza patrimonial del país, donde se concentra el mayor acervo del patrimonio material e inmaterial. Hoy, en que celebramos la versión número 23 del Día de los Patrimonios, luce paradójicamente un estado de deterioro muy preocupante, denunciado por numerosas personalidades públicas y del ámbito profesional, con riesgo de caer en una espiral de decadencia parecida a la que vive el área histórica de Valparaíso. Nueve expertos en temas de arquitectura, conservación y patrimonio señalan sus medidas y sugerencias para revertir esta situación.
Algunas zonas del centro de Santiago, lo sabemos, están tomadas por el narcotráfico y todas sus microactividades violentas. La única manera en que podemos intervenir desde la agenda cultural y patrimonial es generando rutas, ojalá con ciclovías, conectadas con buses o con microbuses. Construir estas rutas, como ocurre en varios países de América Latina, que han superado el ocupamiento del delito organizado de nuestros espacios públicos. Recuperarlos significa que son nuestros y para ello, tenemos que facilitar con luminarias, con mucha actividad presencial. Tenemos la tecnología que nos permitiría generar estas rutas para nuestra ciudadanía cotidiana, para los visitantes de regiones y para los turistas extranjeros. Sería una tremenda tranquilidad para estas zonas que son tan bonitas y donde tenemos que construir condiciones de recuperación.
Una de las cosas lindas que han ocurrido y que en las políticas patrimoniales deberían reforzar en esta época es el reconocimiento a la diversidad. Hoy día tenemos una oferta asequible -a todo público, que no es cara- de gastronomía proveniente de todas partes de América Latina.
Una vitalización de zonas que estaban completamente abandonadas y que hoy día en la noche tienen distintas ofertas de comida; los almacenes abiertos dan mucha seguridad para el tránsito en la noche. Entonces, ese tipo de cosas deben ser potenciadas, reconocibles e identificables y no son política pública, sino que ocurren, porque la sociedad va cambiando y va ofreciendo esas alternativas. Hay que tener ojo sensible, desde las autoridades, para que parte de la política sea potenciar aquello.
* Subsecretaria del Patrimonio Cultural.
Esta problemática de la vivienda y la ciudad parece que fuera de hoy, pero no nos hacemos cargo de una trayectoria y de cómo los problemas se han ido repitiendo una vez más. Lo que hoy estamos levantando como un tremendo problema es una situación que hemos vivido en años. En ese sentido, si bien ha habido preocupación y esfuerzos por restaurar y conservar edificios en el centro histórico, se necesita una voluntad colectiva para llegar a acuerdos, para implementar medidas y, lo que me parece más importante, medidas que nos permitan reconciliarnos con nuestro centro urbano y sus espacios públicos. Es clave establecer medidas de corto, largo y mediano plazo y aquí la participación público-privada y la sociedad civil son indispensables. También nos tenemos que preocupar de la educación, generar alianzas que nos permitan valorar nuestra cultura. Nosotros como arquitectos, por lo demás, tenemos que entender que, independiente del mandante, debemos ayudar a crear un espacio público armónico, integrado y equitativo.
Tenemos que unirnos para revertir, para reconstituir espacios de memoria y de encuentros. Estoy pensando en proyectos comunes de futuro donde todos nos sintamos incluidos. Por otro lado, la inversión en patrimonio es muy onerosa. Es el dueño del inmueble el que tiene que hacer las inversiones y es el Estado, a través de Monumentos Nacionales, quien entrega las exigencias. Hay que buscar una fórmula, porque no puede quedar toda la responsabilidad en el dueño del inmueble. La buena noticia es que estamos trabajando con la Corporación de Desarrollo de Santiago, viendo qué medidas implementar, incorporando a todos los actores que se requieran. Los diagnósticos están muy compartidos, igual que las quejas. Hoy día nos tenemos que unir en la acción.
* Presidenta nacional del Colegio de Arquitectos.
La historia de un país o de una ciudad la conocemos en parte por los relatos de su gente, plasmados en libros, crónicas y ensayos escritos, así también por sus obras patrimoniales como esculturas, plazas y parques urbanos y, muy especialmente, por sus edificios y construcciones, esto es, por su patrimonio arquitectónico, público y privado.
Santiago en su casco histórico se ha transformado en un mercado persa, conquistado por vendedores ilegales controlados por poderosas mafias, manchado de grafitis en los muros de sus principales edificios, invadido de carpas instaladas en sus espacios públicos y utilizado como campo de vándalos y delincuentes que se han apoderado de los lugares comunes y colectivos de todos. Santiago ya no es una ciudad, es un territorio que ha perdido su calidad de ciudad; ya no es el espacio urbanizado que agrupa las funciones políticas, administrativas y económicas para beneficio y ejercicio de la libertad por parte de sus ciudadanos.
Nuestra ciudad capital está enferma y requiere un tratamiento urgente para erradicar el mal que inexorablemente crece dentro de ella. Para revertir esta situación que considero de la mayor gravedad se debe, en primer lugar, poner de acuerdo a todos los actores, ciudadanos y autoridades, con la convicción de imponer el orden, la seguridad y el Estado de Derecho que requiere la gran mayoría que siente que se está perdiendo la batalla en la defensa de una ciudad con 481 años de historia.
En segundo lugar, hay que aprobar de una vez por todas la nueva Ley de Patrimonio Cultural que actualmente se tramita en el Senado y que ya fue aprobada por la Cámara de Diputados, no hacerlo sería dejar nuestro patrimonio a la deriva, sometido a la actual legislación ya muy añeja y desactualizada. En tercer lugar, se debe formar a nuestros jóvenes en el respeto a nuestra historia y a nuestro patrimonio y concientizar a los ciudadanos de que la protección de nuestros edificios y espacios públicos también es nuestra responsabilidad, para lo que hay que producir un amplio diálogo al respecto. Por último, incluir a los medios de comunicación en esta campaña para poner en valor nuestro patrimonio, cuyo futuro incierto suena hoy como una campana de la agonía a la espera del toque final de la trompeta en el funeral de nuestra ciudad, hoy agónica y maltratada y con el agua al cuello, como el violinista del ‘Titanic’ antes de irse a pique.
* Pastpresident Asociación de Oficinas de Arquitectos.
Cualquier estrategia que busque revertir el deterioro en que ha caído el centro de Santiago, hecho profundizado de manera dramática y sostenida a partir de los acontecimientos de octubre de 2019, debe descansar sobre ciertos consensos transversales, que operen como base a cualquier esfuerzo público y privado. Sin esos mínimos comunes, cualquier iniciativa aislada tenderá a moverse en el vacío.
Como aporte a ese debate, viene al caso ensayar cinco máximas de convivencia bien sencillas que, sin embargo, hoy se encuentran desdibujadas:
1- La ciudad constituye una realidad material e histórica en la que sedimenta, se desarrolla y evoluciona la cultura de un pueblo. La pérdida de atributos que sustentan esa realidad, sea por abandono, destrucción, incompetencia o confusión con intereses particulares, priva a los ciudadanos de algo que les pertenece y erosiona por tanto el escenario de lo público.
2- El cuidado de la herencia cultural de la ciudad, así como el incremento en la calidad de lo edificado, es una forma de reconocer la dignidad e igualdad de los ciudadanos, que se reflejan en el contexto que habitan.
3- Relativizar la importancia de la realidad material de la ciudad, como si el derrotero de la sociedad no dependiera de ella, o como si las manifestaciones inmateriales no tuvieran allí cobijo y raigambre simbólica, constituye un profundo error conceptual y político.
4- La emergencia de nuevas sensibilidades e identidades en el espacio público, lo que es propio de sociedades dinámicas y democráticas, no puede ser a expensas de los bienes públicos y el patrimonio cultural.
5- El ejercicio pleno de la autoridad en el espacio de la ciudad, mediante las herramientas que los mismos ciudadanos han depositado en las instituciones, constituye una responsabilidad ineludible, en tanto garantiza condiciones básicas de la vida colectiva.
La confusión que parece existir frente a estos principios básicos no es separable de la realidad actual de nuestros contextos urbanos. De no establecer consenso en torno a ellos será difícil acordar las herramientas y mecanismos concretos que permitan revertir el deterioro de lo público y la pérdida de patrimonio en Santiago y otras ciudades de Chile.
* Arquitecto. Profesor Escuela Arquitectura UC.
Lo primero que debemos entender es que la situación de deterioro, abandono y violencia que viven el centro de Santiago, Valparaíso, Antofagasta y otras ciudades del país después del estallido de 2019 es algo reversible si las autoridades demuestran el coraje y determinación para hacerlo. Ver cómo se instaló la violencia urbana, no solo del entorno físico, sino también de la convivencia, es algo que requiere una condena transversal, y muchos que celebraron el estallido temen hacerlo.
El nivel de violencia que refleja la actitud de las personas cuando el entorno es abandonado es lamentable. Hay una sensación de inseguridad, de efervescencia y desconfianza que se enmarca no solo en lo físico, sino también en la vida cívica que está tremendamente fracturada. La solución no pasa por pintar las fachadas, que volverán a ser rayadas; desplegar más carabineros o pretender dialogar con los grupos antisociales que copan estos espacios. Hay que reconquistarlos para la gente, regenerar vida en la ciudad. Que las personas no tengan miedo de caminar o vivir en el centro.
Muchas ciudades han logrado revertir procesos de fractura, violencia y destrucción desde conflictos y espacios simbólicos más complejos o agonistas que plaza Baquedano. Barcelona inició el proceso de reconstrucción de la identidad catalana luego de la dictadura de Franco por medio de un proceso de ‘acupuntura urbana’ e inversión en la recuperación de los espacios públicos más emblemáticos de cada barrio en paralelo con una campaña de reencantamiento cívico bajo el eslogan ‘Barcelona, ponte Bella’.
Erradicar la violencia y recuperar la ciudad, con sus espacios simbólicos como plaza Baquedano, la Alameda y los colegios emblemáticos es un imperativo.
Como soluciones, propongo: Primero, aplicar inteligencia y erradicar a los violentistas que todos los viernes se toman estos espacios; no soy experto en seguridad, pero son cada vez menos y ya no cuentan con apoyo ciudadano. Segundo: seguir avanzando en el proyecto Nueva Alameda-Providencia en el tramo poniente, desde Las Rejas-Pajaritos hasta Estación Central, con una inversión importante en la recuperación del espacio público. En paralelo, reconstruir plaza Baquedano, a partir del proyecto ganador del concurso del 2014 de los arquitectos Lyon, Bosch y Martic, el cual fue adaptado posestallido por sus autores e incluye espacios de conmemoración y hasta un eventual memorial de octubre de 2019. Junto con ello, avanzar en el nuevo proyecto del gobierno regional de una ciclovía por la Alameda. Finalmente, activar estos espacios con eventos culturales y comunitarios que desplacen a los antisistémicos. Imagino eventos de donación masiva de libros para recuperar los cafés literarios de Providencia, o intervenciones de teatro urbano como la ‘Pequeña Gigante’ que acompañen las acciones físicas de reconstrucción y recuperación.
* Decano Facultad de Arquitectura y Arte Universidad del Desarrollo.
Luego de tres años de silencio, en algunos casos cómplice y en muchos cobarde, se han sumado voces que condenan la destrucción que sufrieron nuestras ciudades en octubre. Los poetas del estallido usaron la excusa del comercio informal para criticar lo que antes celebraron o incluso validaron. Igual es un avance que debemos celebrar, aunque la tarea que se viene será larga y compleja, ya que en octubre no solo se rompieron monumentos, plazas o edificios. Se quebró el vínculo de las personas con los bienes públicos. Esa barrera cultural que impide que sean apropiados para satisfacer pulsiones, negocios o agendas individuales.
Ningún plan de arquitectura o urbanismo podrá recuperar nuestras ciudades si no reconstruimos primero ese vínculo con lo público, y para ello existen dos estrategias que debemos aplicar en paralelo. La primera es de cocción lenta, ya que implica generar un cambio cultural que parte en las casas y sigue en las escuelas, las universidades y los trabajos, donde el foco es poner por arriba de los intereses particulares aquellos valores que estimamos importantes de preservar en las ciudades.
La segunda estrategia es de acción inmediata y consiste en transferir a la persona el costo que sus acciones le generan al resto de la sociedad mediante multas o limitaciones a los beneficios que les entrega el Estado. Un caso que suele citarse es el plan de ‘Tolerancia cero’ implementado por la alcaldía de Nueva York a fines de los 70 y que logró sacar a esta gran ciudad de una severa crisis de anomia, crimen y vandalismo. Contrario a lo que se piensa, ‘Tolerancia cero’ no era un programa basado en aplicar ‘mano dura’. Era combinación de medidas, que incluían programas culturales y acciones policiales para evitar que pequeñas infracciones escalen hasta enfermar cuadras o barrios completos, como está ocurriendo en Chile hoy.
La destrucción de Santiago centro es probablemente una de las acciones más aberrantes de los últimos tiempos.
Durante décadas, y hoy más que nunca, nuestras principales ciudades, y especialmente Santiago, son víctimas de al menos dos atentados que están logrando extirpar lo más esencial de nuestra ciudad.
Redensificación del centro:
La brillante idea de intentar devolver la habitabilidad de las zonas céntricas de nuestra capital; a saber, otorgar la posibilidad de volver a vivir en el centro de la ciudad fue resuelta mediante una pésima y desvergonzada normativa con alturas de edificios extremadamente permisivas que rompieron con la figura urbana de una ciudad proporcionada, culta y cultivada en donde la obra construida permitía el sol, la sombra, el caminar y el estar bajo los árboles.
Una ciudad soñada, sobria, continua, coherente con una relación equilibrada y humanista entre calle y edificio. ¿Qué más sabio y simple para lograr una ciudad bella que empezar proyectando el vacío (el bien común) entre edificios? Una ciudad que fue pensada para alturas medias, equilibrada, y austera está siendo reemplazada por una proliferación de torres llena de espacios negros y vacíos urbanos. Torres tipo gigantografías donde es difícil vivir y que absurdamente buscan la estratósfera (la mayoría de ellas, simples construcciones carentes de la articidad que la arquitectura debe tener) en calles diseñadas para altura media. Una ciudad atrofiada para el ser humano, sin proporciones, desprovista de ideas y de creatividad.
La barbarie del centro histórico:
Nuestro centro histórico pleno de obras patrimoniales de diversas épocas está entregado al dominio del lumpen y de la delincuencia. ¿Qué les pasará por la cabeza a nuestras autoridades para permitir este gravísimo daño a nuestro patrimonio urbano? ¿En qué estamos todos frente a este atentado delirante contra todo nuestro patrimonio? ¿Sabrán los vándalos que destruyen y manchan nuestra ciudad quiénes fueron Virginio Arias, Marta Colvin, Rebeca Matte, Samuel Román, y quiénes son Gazitúa, Irarrázabal, Assler y tantos más? Nos están quemando nuestro territorio chileno y destruyendo la ciudad como nunca antes sucedió en Chile. Nuestro país y sus autoridades están frente al vértigo de: o entregar definitivamente todo nuestro patrimonio urbano a la barbarie siempre violenta, soberbia, inculta y salvaje, o pensar en que aún es tiempo y podemos volver a disfrutar de nuestra ciudad, de plazas y parques y veredas con árboles, con espacios urbanos para el bien público, para el bien común. Equidad es poder tener una buena ciudad para todos con una movilidad pública de selección como es el metro. Aún es tiempo de caer en la cuenta.
* Arquitecto AOA.
La primera medida (soñemos) radica en acordar un modelo de desarrollo diferente, superar la noción de progreso propia del siglo pasado y entender las nuevas condiciones, que no son solo multiculturales, sino sobre todo ambientales y de biodiversidad. Enfrentar la adicción por ‘lo nuevo’ como un camino inviable y asumir que el fervor por la modernización implica, paradójicamente, la degradación radical. Santiago es enorme, pero también sin norma, como la raíz de la palabra lo indica. Necesitamos cambiar la velocidad, establecer otros valores más allá del de la plusvalía de algunas comunas, que conduce al abandono de otras. Los ciudadanos perciben este principio demoledor, sin importar el precio ni el valor, y es así como lo viejo es señal de irregularidad y afeamiento. Los intereses tanto privados como públicos manifiestan que la noción de lo público fue abandonada, que es errática e implica una forma obsoleta de progreso, indolente respecto no solo de la sociedad que funda, sino del emplazamiento, del entorno.
Estamos secuestrados en un paradigma insostenible: si la ciudad no sigue creciendo, no hay trabajo ni avance ni bienestar. La versión urbanística es similar, proyectos de áreas verdes que no podemos regar, de autopistas que no conciben sino formas individuales de desplazamiento, justo antes del tiempo del racionamiento y la crisis energética global más severa.
Mientras más se habla de patrimonio, menos patrimonio subsiste, y, sobre todo, sabemos que cuando todo es patrimonio, nada es patrimonio. Esa es la ambivalencia primordial. ¿Por qué no recuperar, restaurar, reciclar? Porque aún la valía cultural y comunitaria de la ciudad no es el bien mayor, el modelo nefasto de convivencia con la naturaleza y el medio ambiente no es sino el reflejo en el mundo de esta crisis metropolitana a escala.
* Artista visual y académico Facultad de Letras UC.
‘Conservar no es ser conservador’, sostiene Toni Massanes respecto de la fiebre constante de cambiar, innovar y refundar las cocinas españolas. Si trasladamos esa máxima al centro de Santiago entendido como patrimonio, es decir, en tanto construcción social que se arraiga en la memoria, la historia y los significados que las comunidades les otorgan a sus elementos materiales e inmateriales, entonces podríamos adoptar el modelo de doble conservación: resguardo de lo existente y también de su ‘intervención’ transformadora. Ese modelo ha sido aplicado, por ejemplo, en el Museo de Química y Farmacia César Leyton de la Universidad de Chile (situado en el corazón del ‘casco histórico’), casi destruido por un incendio y tatuado de grafitis durante la revuelta o terremoto social del 2019. Allí, desde el afecto -en su sentido de atañer e incumbir a alguien- y la conciencia de una comunidad que se siente identificada con un espacio y con los acervos que alberga, se emprendió un accionar creativo para preservar lo existente, limpiar y reconstruir sus fachadas, y sobre las marcas destructivas e ‘intervinientes’ pintar un mural de lavandas.
Así, sin eludir la historia del intento de destrucción de su patrimonio, dejándolo como huella, se hizo un gesto de salvaguardia desde el arte que recuperó y conservó lo ‘viejo’. La permanencia de lo que es tenido y sentido como propio de un colectivo es lo que salvaguarda a un patrimonio, ya sea cambiándolo y adecuándolo, o bien conservándolo (defendiéndolo) tal y como fue en sus inicios. El menoscabo evidente del centro de Santiago quizás radique en que los significados de sus calles, edificios, parques, instituciones, mercados y ferias, su viejos y nuevos moradores, entre otros elementos, ya no son objeto de una memoria transmitida, y sin transmisión difícilmente el contenido de un ‘nosotros’, inscrito en esas materialidades y símbolos, puede despertar afecto.
* Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2013.
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