“El diseño de ingeniería está totalmente vinculado al diseño de la arquitectura”, dice Fernando Guarello, ex director de la Asociación de Oficinas de Arquitectos.
Chile es el país más sísmico del planeta. Solo en los últimos 5 años ha registrado tres terremotos de magnitud superior a 8.
Seguro de que la inmensa mayoría de los edificios de Santiago sobrevivirá a un fuerte terremoto, a René Lagos, un ingeniero que está detrás de los cálculos de algunos de los más altos, le encanta mirar cómo se mueven cuando tiembla. “¡Todo lo que tenía que caer ya ha caído!”, exclama. Por lo que cuando “viene un sismo fuerte, trato de disfrutarlo más que de sufrirlo”.
“¡Si me paso la vida diseñando para la ocasión, no puedo ponerme nervioso al punto de no vivirlo!”, asegura desde el piso 24 de una torre de Santiago, remecida varias veces durante la entrevista.
Chile es el país más sísmico del planeta. Solo en los últimos 5 años ha registrado tres terremotos de magnitud superior a 8, pero es también uno de los más resistentes porque la normativa que regula la construcción exige que el edificio quede en pie para salvar vidas humanas.
Eso hace que la siniestralidad e incluso los daños materiales sean bajos en comparación con otros países también asentados sobre el cinturón de fuego que rodea el Pacífico. Ahora, exporta su conocimiento antisísmico a América Latina y a otros países del mundo.
“Ofrecemos soluciones mucho más enfocadas en la realidad local con estándares de seguridad tan buenos como los que podrían ofrecer en EEUU”, dice Lagos, cuya empresa -del mismo nombre- lleva construidos más de 2.000 edificios, entre ellos el Costanera, que con 300 metros de altura y 64 pisos es uno de los más altos de América Latina.
Chile está en el grupo de países con mejores tecnologías antisísmicas del mundo, junto con Estados Unidos, Japón y Nueva Zelanda, asegura el ingeniero.
A menudo, los tsunamis son tan letales como los sismos que los provocan. De las más de 500 personas que perdieron la vida en el terremoto de 8,8 que sacudió Concepción el 27 de febrero de 2010, 156 murieron ahogadas por la gigantesca ola que provocó.
En comparación, el terremoto de Haití de enero de 2010 de magnitud 7 dejó más de 300.000 muertos y arrasó Puerto Príncipe, la capital.
Aunque existen nuevas tecnologías para minimizar daños en infraestructuras, como los aisladores sísmicos y los disipadores de energía, la mayor parte de las construcciones en Chile son tradicionales.
Es decir, de concreto armado y acero en cantidades reguladas para que resistan. A ello se suman estudios de ingeniería exhaustivos, que incluyen la calidad del suelo.
“El diseño de ingeniería está totalmente vinculado al diseño de la arquitectura”, dice Fernando Guarello, ex director de la Asociación de Oficinas de Arquitectos. El Código Civil chileno responsabiliza al empresario por deficiencias en la construcción.
Cada terremoto enseña
“Daños siempre va a haber, puede que sean poco visibles. Los materiales siempre van a sufrir al estirarse y encogerse”, arguye Guarello. En cierta manera, el terremoto de 2010 fue un campo de pruebas que no sólo reforzó la legislación, sino que contribuyó a mejorar la tecnología y elevar los estándares de seguridad.
En la retina de todos está el conjunto de edificios de viviendas sociales que el remezón hizo caer como un castillo de naipes porque el constructor había utilizado varillas de acero más finas de lo que exigía la normativa.
“Cada vez más, el mundo reconoce nuestro saber hacer”, asegura Lagos antes de contar que cuando llegó a China, en ese país nada se sabía de Chile “salvo que tiene unos terremotos tremendos y los edificios no se caen”, dice orgulloso.
En las nuevas tecnologías para minimizar el daño de los terremotos el país también es pionero. Las universidades son laboratorios de ingeniería antisísmica. La Católica de Chile, por ejemplo, ha creado una empresa con dos de sus profesores, Sirve, que ya ha patentado más de media docena de dispositivos para reducir el impacto de los sismos, como tabiques disipadores, deslizadores con tirantes o bielas autocentrantes, entre otros.
Juan Carlos de la Llera, decano de la Facultad de Ingeniería de esa universidad y uno de los accionistas de la empresa, asegura que el reto ahora es hacer que la tecnología “sea asequible para todo tipo de viviendas”, sobre todo las sociales, que tradicionalmente han sido las más vulnerables.
Aunque no existe riesgo cero, la instalación de aisladores sísmicos o disipadores de energía permiten reducir el potencial de daños en 80% y 40%, respectivamente. “El gran desafío de la ingeniería moderna es lograr que el edificio no colapse y que la estructura quede operativa” después de un terremoto, por muy potente que sea, asegura.
Lee la nota publicada en El Comercio de Perú.
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