Por Luz María Pérez
Arquitecta
Subiendo las pendientes y curvas desde los 3.270 msnm de la linda localidad de Belén, nos adentramos en el Parque Nacional Lauca. Perdiendo de a poco la señal del celular, se advierte a los pasajeros “prepárense para lo que viene”, y detrás de la loma comienza a aparecer en un tono azul oscuro una base con una densa capa blanca inmaculada, la cima del volcán Parinacota, seguido por el volcán Pomerape, ambos compartidos con los bolivianos y que superan los 6.200 msnm. Más allá se aprecian otros cerros de diversos colores, y una planicie de arbustos, paja brava y grupos de vicuñas ágiles y tiernas que nos temen al paso.
Nos acercamos cada vez más a este lago de azul profundo, rodeado por un suelo lleno de flora nativa, líquenes y yaretas de un verde amarillento vivo e intenso. Dicho sea de paso, al primer avistamiento de yareta, cerca de los 4.000 msnm, fue una sorpresa para todos ver este arbusto, que es genial, se auto poliniza, crece muy lento y es muy denso para así evitar las pérdidas de calor.
Nos detenemos en el Tambo del Lago Chungará, del aymara “musgo en la piedra”. Se sienten los 4.559 msnm.
Paseando por un sendero muy bien demarcado, que no se debe sobrepasar, en el lago observamos una gran cantidad de patos de diferentes tamaños, pero no están los flamencos ni las parinas, que son las aves que todos recuerdan, pero no es necesario verlos, ya que el conjunto y algo más, que es eso que no percibimos con los ojos, nos entregan una atmósfera pura y apacible, que a varios de nosotros nos llamó a quedarnos, en silencio, contemplar o solo estar con los ojos cerrados. Por mi parte en una especie de estado zen, que me ayuda a manejar la puna y a disfrutar tranquilamente el paisaje y el cielo limpio, con esas nubes gordas y blancas, hermanas de la cima del volcán.
El volcán Parinacota y el volcán Pomerape, los Payachatas, son los protagonistas de una hermosa leyenda inca, romántica, – dice de un príncipe y una princesa enamorados, que fueron asesinados por enemistades entre las familias, y que la naturaleza lloró tanto sus muertes que inundó a los poblados y dejó los lagos Chungará y Cota-Cotani en su reemplazo, y como testimonio a ambos volcanes – que aporta mensaje literario, memorable, pero que no es necesario conocerlo para entender la magia del lugar.
La visita es imperdible.
Aterrizando en este recuerdo de nuestro viaje, quisiera dar las gracias por el acompañamiento y la información entregados por parte de Cristian Heinsen de Fundación Altiplano, la Escuela Sarañani, y por la comunidad presente en los alojamientos, los lugares e iglesias que pudimos visitar, y a los espontáneos comentarios y aportes de datos de nuestro gran chofer Jacinto y del flamante past president Pablo J. Además de la buena onda y genial humor del grupo en su totalidad
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