Por Javiera Pérez y Diego Edwards
Socio Arquitectos AOA
Encontrarse con un pueblo de piedras y adobe, agricultura (activa) en terrazas incas, personas ligadas profundamente a su tierra, paisaje y tradiciones, es una experiencia única e inesperada. Personas que dan valor al lugar, como el cura de la comuna de Camarones y alrededores, un peculiar y carismático personaje, lo más parecido a una celebridad por esas tierras, conocido desde Codpa a Timar, que recorre kilómetros visitando pueblos a pie, en burro o auto, para mantener viva la tradición católica en la ruta de las misiones del altiplano.
Esa noche en Codpa, junto a la fundación Altiplano, el párroco nos recibió con un festín. Fogata y velas acompañaron la conversación y el banquete preparado para agasajarnos: un rico asado, frutas, quesos del lugar y “Pintatani”, un vino local que se fabrica de forma artesanal. Historias míticas como la del Pozón de Jasjara, donde se les aparecía la sirena a quienes osaban cruzar de noche, enriquecieron la velada.
Desde Codpa fuimos a la localidad de Guañacagua y su impresionante iglesia dedicada al apóstol San Pedro. Se acercaba la fiesta de las cruces, también conocida como las “cruces de mayo”, una de las principales celebraciones religiosas de la zona, donde cada familia saca a relucir, cerca del camino o arriba hacia el cerro, una cruz engalanada. Camino a la iglesia, tuvimos la suerte de encontrarnos con varias personas que preparaban sus cruces para la celebración que tendrían esa noche.
La iglesia está construida en un sector alto de Guañacagua, como remate de su calle principal, lo que le confiere mayor importancia. Es un conjunto cercado por un muro de piedra y adobe, compuesto por la iglesia, el campanario exento (construcción separado de la nave de la iglesia), el calvario por el frente (con su cruz engalanada) y un cementerio hacia atrás. Su fachada blanca, perfectamente simétrica, muestra en sobre relieves estructuras decorativas, como pilastras, arcos; algunas inscripciones escritas con los nombres y los aportes económicos para su reconstrucción en 1904; todo combinados con motivos sagrados y de la naturaleza, como un gran potpurrí sagrado, contable y terrenal.
Al interior, el templo restaurado lucía su retablo barroco, con pilares decorados con motivos naturales, algunos con colores fuertes, como verde y rojo, y otros repujados en oro, dejando en evidencia los arcos y techo abovedado que tuvo la iglesia en su origen.
Y como síntesis de esta combinación de la agricultura, la religión y tradición, como una de las imágenes principales del retablo, San Pedro. Pero el San Pedro de Guañacagua con un chullo en su cabeza, una verdadera muestra del barroco altiplánico.
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