Undurraga cumple su primer año como director a la cabeza del comité de Concursos y, tras analizar esta primera etapa en el directorio, concluye que lo colectivo y el trabajo en equipo son fundamentales para los desafíos que enfrenta la asociación, que apuntan a la construcción de mejores ciudades.
¿Qué te hizo querer formar parte de la AOA?
Lo primero que habría que decir es que el ejercicio profesional de las oficinas integrantes de la AOA nos permite una mirada realista sobre lo que significa ejercer la profesión y tener muy claro aquellos aspectos, ya sean normativos o burocráticos, que son una piedra de tope en la búsqueda de soluciones para mejores ciudades.
Por otra parte, nuestro quehacer es siempre colectivo, somos una especie de linaje colectivo. Como arquitectos, para llevar adelante un proyecto, siempre estamos liderando equipos amplios, multidisciplinarios.
En consecuencia, conocemos muy bien el valor de un equipo. Estoy convencido de que para influir en políticas públicas y en los enormes desafíos que impone la creación de mejores ciudades, es necesario sumar y actuar colectivamente.
¿Por qué decidiste pasar a un rol más activo, como parte del directorio?
Yo ingresé hace poco a la AOA. Desde fuera veía cómo la institución iba madurando y construyendo una plataforma sólida capaz de validarse, interactuar e influir en políticas públicas relacionadas con nuestro actuar profesional y la ciudad. En esa labor fui testigo del compromiso de muchos colegas que destinaban parte importante de su tiempo a esta causa en beneficio de todos nosotros y de la ciudad. Me pareció que había que aportar desde nuestra experiencia y tomar la posta.
Personalmente, ¿qué desafíos te ha representado dirigir el comité de concursos?
Me parece que el tema de los concursos públicos es crucial y amerita un giro radical. Actualmente el diseño de la edificación pública es, más bien, una licitación de precios donde el valor de la construcción y los honorarios de arquitectura y de especialidades dejan el aporte del diseño relegado a un segundo o tercer plano. En consecuencia, el valor de la arquitectura queda subordinado a aspectos solo económicos.
El mérito inalienable de la arquitectura no se contrapone ni al interés del Estado ni al valor apropiado y justo de lo construible. La mejor arquitectura siempre irá en beneficio de la ciudad, la cultura y los ciudadanos, cuestión que la “guerra” de precios no garantiza y por lo general no logra.