Por Pablo Jordán F.
Past President AOA.
El picor exacto del rocoto. La sal exacta de la aceituna de oliva. El balance exacto de la sal y la acidez en el queso de cabra… el pan amasado sin manteca de Belén, el dulzor del vino pintatani, el aroma intenso del orégano de Socoroma, y no olvidar el sensual olor y sabor de la guayaba. El sabor de un territorio acompaña y nutre la experiencia del recorrido. Expresa y resume tradiciones y cultura. Reúne a las personas y acaricia el alma.
En un viaje histórico patrimonial a la ruta de las misiones de la región de Parinacota, nos detuvimos muchas veces a ver- y diría más- gozar la visita de nuestro patrimonio de iglesias, pueblos y comunidades del interior de Arica y Parinacota.
Codpa, Guañacagua, Timar, Tignamar, Belén (por dos), Parinacota fueron las iglesias y conjuntos patrimoniales visitados. Se entretejen con las localidades que las acogen y a las que dan estructura urbana, y pueblan, desde el siglo XVI y XVII nuestra zona altiplánica. Dan orden y forma al patrón de asentamientos urbanos de más de cuatro siglos que acoge y transforma la ocupación prehispánica para generar un patrón que asocia paisaje, quebrada, cursos de agua, y, pueblos. Forman un subconjunto de un total de 33 monumentos nacionales en un concentrado territorio dando cuenta de una de las mayores concentraciones patrimoniales de nuestro país.
La armonía resultante se manifiesta en el recorrido guiado por la excelencia y trabajo de Fundación Altiplano, el cual, rítmicamente, muestra como la ocupación humana centenaria supo, con intuición y profunda tradición cultural, ocupar un territorio caracterizado como hostil y que, sin embargo, ha sido capaz de sostener en un equilibrio frágil, pero a la vez potente, la vida por siglos.
Son las iglesias los elementos guía. No sólo son los hitos relevantes del paisaje antropizado. Son también el faro identitario de cada localidad. La arman, jerarquizan y dan fundamento a su forma. Entregan el lugar de encuentro. El valor de la existencia. Y recogen la profunda espiritualidad y sentido de comunidad de quienes aún, y por generaciones, pueblan estas remotas laderas de nuestra cordillera y zona andina.
Resistiendo el paso del tiempo, sus formas, materiales, tecnología de construcción y simbolismo atraviesan las generaciones y se levantan renovadas, fuertes, gritando su silencio a quienes como nosotros las visitan desde un mundo y culturas diferentes. Ignorantes de sus raíces, son los habitantes y custodios (alféreces, fabriquero, mayordomos) los que dan cuenta oral – narraciones y canto- y cuidado, vuelven y re-vuelven a poblarlas de sentido y mensaje. Se viene la fiesta del Santo Patrón y la cascada de fechas rellena el calendario de encuentros y recuerdos. Santos, parihuelas, velas y velones, flores de papel y vivas, alfombras, imágenes santas, se funden en procesiones, fiestas, ceremonias y recreación de valores comunitarios.
Las iglesias y su señorío posibilitan y justifican esto. Los conjuntos patrimoniales, estructurados en un patrón reconocible y siempre original, juntan iglesia, atrio urbano, recorrido procesional, cementerio, huerta y casa parroquial, para dar cuenta de un sello atemporal que acoge el símbolo, la fe, la vida en todas sus etapas. Cobija, jerarquiza y define el asentamiento.
A este alucinante sistema, de tremendo valor patrimonial por su integración étnica, histórica, funcional y simbólica, debe sumarse el paisaje. La dureza y aridez del desierto más seco del mundo, encuentra en estas maravillosas quebradas, la expresión vital de la naturaleza, abriéndose paso a pesar de su escasez y fragilidad. Se abren así milenarias grietas en la tierra y el paisaje, conectando las nevadas cumbres con el borde costeros atravesando como filamentos de vida la inmensidad del silencio pampino. Definen los espacios de asentamiento un sistema de pequeños valles fértiles en medio de inmensas extensiones de aridez y silencio. A estos espacios claramente delimitados por la topografía, el curso de agua principal y la altura, se asocia el poblamiento prehispánico y posterior, dando cuenta de a lo menos cuatro coberturas: el uso prehispánico y su aún vigente huella de cultivos en terrazas, petroglifos, tambos ruinosos, canalizaciones de agua, caminos y corrales, cultivos de papa, maíz, orégano, habas y otros, manejo y crianza de rebaños de llamas y alpacas para lana, lenguas originales, patrones de asentamiento.
Le sigue la colonia y ocupación del conquistador, que introduce la religión católica, la estructura administrativa, la figura eclesiástica, un idioma nuevo, y que, sorprendentemente (si se consideran otras acciones en nuestra región), acepta e integra las formas de organización de las comunidades, de trabajo de la tierra, de los ciclos naturales y de la tradición constructiva, resultando un escenario de encuentros, sorpresas y superposiciones que definen la expresión urbana y habitacional de estas zonas. La posición de las viviendas, extensión de los poblados, integración con sus áreas vecinas de cultivos, caminos, estaciones de refugio en la ruta, toponimia, tradiciones y oficios se suman dando por resultado un sistema funcional, espacial y formal de fuerte y clara expresión.
En tercer lugar, está la Republica. Chile, su identidad nacional, la incorporación tardía de estos territorios al espacio nacional, da impulso y expresión a una nueva forma de ocupación y desarrollo. Reforzados los antiguos caminos y rutas, se instala la nueva administración y ejecutan obras de infraestructura. No mucho más. Los pueblos existentes y el patrón de ocupación resisten y adapta en los márgenes a la propuesta administrativa territorial que trae la nueva etapa, y resiliente, aporta con sus productos, cultura, y sabiduría-
La cuarta etapa, la modernidad, es, sin duda, de la mayor preocupación. Marcada por las capacidades de inversión y de gobierno, aporta redes de infraestructura, energía, agua potable, caminos pavimentados, y un sinfín de expresiones de adelanto material, dotando a estas localidades centenarias de oportunidades para la mejorada y segura residencia, dando cuenta a la vez de la amenaza del despoblamiento, de la fractura del tiempo como factor de decisiones para residir, de mercados agresivos que suprimen y ciegan tradiciones y valores ancestrales. De paternalismo y en no pocas ocasiones, soberbia.
La lección que dejan las iglesias, los pueblos que las alojan y las comunidades que las cuidan es que, a pesar de estas nuevas condiciones, tradición, cultura integral, paisaje y régimen administrativo son capaces de cohabitar, y en no pocas ocasiones, desafiar el nuevo orden de las cosas.
La conservación patrimonial de iglesias y pueblos, de sus técnicas constructivas y formas vernáculas, se asocia en la labor de Fundación Altiplano, con un respetuoso y sostenido dialogo con las comunidades, las que, tornadas en amigos, ven en este equipo un apoyo, un colega para la continuidad de sus valores y formas de organización y acción.
Mediante el vehículo de la restauración material de los templos y sus componentes funcionales y simbólicos, la Fundación, abre la puerta para la reeducación de los visitantes, puesta en valor de oficios, revalorización de técnicas constructivas y de materiales, dando cuenta así, mediante presencia y perseverancia, de un camino posible para el crecimiento cultural de todos.
Mención especial merecen y se debe a las personas que dedican su vida a hacer posible este frágil y prometedor modelo de gestión patrimonial, el que, integrando dedicación, servicio, obra y humildad, levanta no solo templos derruidos por la acción de tiempo, si no también grupos humanos locales, de profunda tradición e historia. Mujeres y hombres, en general mayores, que ven en este trabajo una ventana de oportunidad para renovar sus raíces, aportar al bien común, educar a los jóvenes y reforzar sus existencias. Industriosos y generosos, sus brillantes sonrisas acogen al visitante, lo hospedan y alimentan física y espiritualmente. Son gente maravillosa.
Hay mucha enseñanza en este espacio único de nuestro país. Lecciones que tienen alcance global y deben ayudarnos a enfrentar los desafíos de hoy con sabias lecciones de la historia. En este trabajo de vocación. En sus vecinos. En el paisaje. En todo.. Una gran experiencia.
*Las opiniones expresadas en la sección punto de vista son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de la Asociación de Oficinas de Arquitectos.
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