El libro El país de los pueblos invisibles denuncia una realidad lamentable: que la República de Chile se ha organizado de espaldas a su territorio y a los asentamientos humanos. Para su autor, José Ramón Ugarte, invitado a las últimas comisiones constitucionales por su propuesta de un nuevo orden en este ámbito, el tema sigue pendiente.
José Ramón Ugarte, presidente del Colegio de Arquitectos entre 2002 y 2004, fue citado por las diversas comisiones constitucionales de estos años, debido al interés que despertara su propuesta orgánica de habitar Chile desde su geografía, no contra ella. Había redactado la mayor modificación que ha tenido la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones desde su creación en 1931, y el año 2013 fue redactor y secretario ejecutivo de la Política Nacional de Desarrollo Urbano, pero faltaba la dimensión decisiva, la constitucional. Por lo mismo, recurriendo a toda su experiencia, y con la colaboración de juristas e historiadores, se lanzó a revisar nuestra historia constitucional en lo que refiere a territorios, ciudades, pueblos. A mediados del año 2023, Ediciones UC publicó su voluminoso estudio.
—Una de las sorpresas de este libro es que no comienza con los españoles, hacia el 1500; también exploraste los pueblos originarios, su orden en el habitar. ¿Qué te llevó a ello, qué encontraste de interés actual?
—Si queremos relacionar a los humanos con un lugar, siempre hay que ir al origen de esa relación. Para nuestra especie se inicia cuando los humanos salen del Este de África y comienzan a ocupar lugares en el mundo; mucho después, recién hace siete mil años, construye ciudades. Hay una larguísima experiencia nómade que se estaba desperdiciando, una que generó un preciso conocimiento de aguas y tierras, hoy muy necesario. Aquí mismo, los pueblos originarios habitaron territorios actuales de Chile por miles de años, generando una relación sabia con la naturaleza, la que hemos despreciado. Las ciudades son muy recientes, son casi un accidente dentro de ese largo proceso.
—Primero fue el territorio…
—Es lo primero y lo sigue siendo, es por eso que debemos incluir la lógica planetaria en todo esto, porque el ser humano habitó un planeta sin fronteras y necesitamos volver a mirar el mundo de esa manera. Esto también es importante en Chile; aquí, las culturas del norte empezaron a crecer, a producir más, a almacenar para organizar un comercio, lo que no interesaba a los mapuches, preocupados por una relación de subsistencia con la naturaleza, que no necesitaba radicarse, señalar divisiones, registros, fronteras. Las dos son válidas y también debemos considerar que hay diferentes maneras de habitar.
—Hay otro tema en tu libro, que es poco conocido: así como el ser humano modifica al entorno, este también cambia a quienes lo habitan. ¿Cómo ves este fenómeno en relación con Chile?
—Nuestra civilización fue olvidando todo eso, y ahora vemos las consecuencias. La relación del ser humano con su entorno es biunívoca. Esta fue recuperada por el filósofo Martin Heidegger, el que, invitado por un grupo de arquitectos, empezó a reflexionar en el espacio como algo vivo: como lugar… Escribió sobre esto de una manera maravillosa, que nos deslumbraba en primer año, a todos los que comenzábamos a estudiar arquitectura. En cuanto a lo que produce en las personas, me llama mucho la atención que hayamos perdido el impulso, íbamos reduciendo el déficit habitacional y en los últimos años cambió la curva. Es algo que discuto con mis amigos jesuitas, orientados a lo asistencial, cuando esas miles de personas viviendo en lugares que no tienen lo mínimo para hacerlos habitables sufren sobremanera. Es un entorno que marca sus vidas para siempre. Estamos hipotecando el futuro y no nos damos cuenta. Hay que ir a las causas de todo esto y comprometerse con un futuro sin campamentos.
—Tú planteas que nos hemos organizado de espaldas a la geografía. ¿En qué época comienza ese desvío?
—Fue desde el inicio, desde las primeras constituciones hubo superficialidad en la decisión de eliminar todo el orden colonial sin tener un programa que lo reemplazara. Los cabildos, los consejos de ancianos, cumplían una función, eran autoridades cercanas, y en lugar de ellos –con criterios centralistas–, se crearon unos delegados del poder central, todo abstracto, ajeno a la geografía, sin vínculos con el lugar. Eso se mantiene hasta hoy, y en el libro describo el proceso centralizador y, por otra parte, con su cabeza en un Santiago con 32 alcaldes. No comparecen los territorios, las ciudades y los pueblos no tienen una cabeza responsable, de ahí el título del libro.
Muy amigo de ir hasta el origen de las cosas, uno no puede dejar de preguntarle cómo comenzó –más allá de la arquitectura, que es tradición familiar– su interés en la historia. Reconoce que su propia familia –con su gran biblioteca y sus largas sobremesas– fue un factor decisivo: “Mis padres fueron formadores y dirigentes del Movimiento Familiar Cristiano en Chile, así es que pude conocer los documentos del Concilio Vaticano II, a Santo Tomás y San Ignacio, a Teilhard de Chardin y Maritain, entre otros, lo que me fue despertando el interés en lo público, en la vida colectiva, gremial y nacional”. Distinguido como mejor alumno de su promoción al titularse en Arquitectura UC, también valora la influencia de profesores tan destacados como Vittorio di Girolamo, Hernán Riesco, Jorge Larraín, el padre Gabriel Guarda y José Rosas.
—En la historia chilena uno puede destacar los años 30 del siglo pasado, una época en que uno ve un orgullo provincial, con liceos, parroquias, bomberos, clubes de leones, de masones, donde aparece una relación intensa de la gente con su lugar, con su comunidad. ¿Cómo despertó ese sentimiento?
—A partir de la Constitución de 1925, especialmente con los dos gobiernos de Ibáñez del Campo y con el de Aguirre Cerda, finalmente hubo esfuerzos para ordenar el territorio nacional desde la geografía, al entender que trabajando con ella se puede promover y potenciar el desarrollo, si se considera su clima, su orografía, sus características, incluso las que son un obstáculo para la actividad humana. La CORFO, creada por Aguirre Cerda, es la que mejor desarrolla esa tendencia; ahí, con destacados geógrafos, se planteó un plan nacional que reconocía cinco o seis macrorregiones para Chile, las que podían tener una dinámica autónoma, propia, complementadas por microrregiones naturales, diferentes de las provincias históricas. Hay mucho ahí que hasta hoy es válido, rescatable.
—¿Y cómo se interrumpe ese proceso?
—La regionalización de 1974 se refiere a la geografía, pero estableció divisiones administrativas que la niegan. En el fondo, desconfiaba y despreció lo intermedio, la escala donde se puede organizar un desarrollo local. Hay hechos de tan poco vuelo en esa división del país, como haber repartido Santiago en cuatro provincias, lo que no tiene ninguna lógica; hay que recuperar lo intermedio. Los nuevos gobernadores no lo hacen, no pueden, ese cargo es nada más que un escritorio, una secretaria y un timbre por región. Hay 18 ciudades que tienen más de dos comunas adentro, comunas rurales que tienen una o dos ciudades y varios pueblos dentro de sus límites, hasta 32 en un caso. Un caos que impide el desarrollo de los territorios, de las ciudades y de los pueblos. Argentina, Perú, Ecuador, Colombia, son países donde los alcaldes tienen poder y así pueden liderar una comunidad; tienen un poder de acción.
—¿Cómo planteas el regreso a la geografía, considerando la realidad actual?
—Si hay un país en el mundo que se debe organizar a partir de la geografía, ese es Chile. Es por eso que me refiero a un orden territorial por cuencas hidrográficas, que son la estructura base de la geografía. Los expertos en aguas, tema clave para Chile, han sido los primeros en interesarse en este modelo; algo que, por lo demás, es una cultura que ya estaba presente en buena medida en los pueblos originarios. De eso nos alejamos… ¿Dónde se ha visto que una cuenca como la Maipo Aconcagua esté en una región, y la desembocadura de su río principal, el Maipo, esté en otra?
—¿Piensas que esta institucionalidad, abstracta y desvinculada de los territorios, y de ciudades y pueblos sin un alcalde propio, han influido en la desafección hacia la política?
—Hay una tendencia mundial en esa desafección, pero es cierto que nuestro modelo no ayuda. Sería muy distinta la vida política si hubiera un vínculo real entre la comunidad y la autoridad; tenemos comunas donde el alcalde es la autoridad de diez pueblos diferentes, cada uno con sus problemas diferentes, los ven a veces y la gente, naturalmente, no se siente representada por ellos.
—Tú fuiste invitado a exponer en las últimas instancias constitucionales; Aunque ambas fracasaron, ¿hubo algo de lo que tú propones que haya sido considerado y que pueda marcar un cambio de rumbo?
—Dos iniciativas, las que, en términos optimistas, podrían ser “semillas” de un nuevo orden; que las ciudades con dos o más comunas puedan existir como una ciudad, y que dos o más regiones puedan unirse para formar una entidad común, lo que podría considerarse como el primer paso hacia unas macrorregiones del futuro.
Ugarte no se impacienta con el extraño proceso constitucional chileno de estos años; no esperaba que resolviera de golpe el caos territorial y urbano y, por lo demás, está seguro de que se necesitan décadas para su diseño y legislación completa. Le basta con ir sembrando esas “semillas” que, a su debido tiempo, pueden comenzar a fructificar. Después de todo, requiere un cambio de cultura de todo un país, y modificar una tendencia que se arrastra desde su origen republicano. Cree que requiere tiempo, aunque su libro podría considerarse como un manual de instrucciones para emprender esa ruta que apunta directamente hacia la geografía, hacia un habitar en armonía con ella.
Fuente: Revista Universitaria
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