Nuevamente Santiago se ha visto afectada por un suceso que provocó tacos y daño a la propiedad pública y privada. La inundación del jueves ha demostrado la fragilidad e indefensión de la ciudad y sus habitantes por la nula preparación y reacción que tenemos para gestionar emergencias.

Al parecer hemos hecho mal varias cosas. Sin importar la magnitud del hecho, la capital se comporta como un enfermo débil, sin defensas ni preparación. Cincuenta milímetros de lluvia, una cañería rota, manifestaciones o simples cortes de electricidad convierten a Santiago en un caos que afecta gravemente el funcionamiento de sus sistemas.

Las autoridades no han llegado a la fórmula propicia para contener estos problemas. No hay protocolos de anticipación a la altura, ni medidas de prevención que permitan la implementación de soluciones inmediatas. La salud de Santiago se encuentra en estado de colapso y el tratamiento reviste urgencia.

¿Cómo hacemos para disminuir los efectos que afectan tanto, a tantos? La idea de un alcalde mayor que se haga cargo de la ciudad desde una visión integral y con la autoridad para planificar, se hace más pertinente y evidente para concretar una ciudad eficiente, sustentable y que funcione.