10 de febrero 2025

Carta al director 

Salvemos a Baquedano

Carlos Maillet

Exdirector Nacional del Servicio de Patrimonio Cultural

Publicada en La Segunda 

La Plaza Baquedano no es solo un espacio público; es un epicentro simbólico donde convergen narrativa históricas, tensiones sociales y aspiraciones colectivas. Desde su inauguración en 1928, su monumento central, obra del cultor Virginio Arias y el plinto del arquitecto Gustavo García del Postigo (el arquitecto de la Biblioteca Nacional), ha sido parte del paisaje simbólico de Santiago.

Sin embargo, al acercarse su centenario, este conjunto escultórico enfrenta un debate polarizado sobre su permanencia: ¿ debe mantenerse?, ¿resignificarse?, ¿o desaparecer? Estas preguntas, que podrían formar parte de una reflexión sobre la memoria colectiva, han sido opacadas por decisiones apresuradas, inconsultas y profundamente políticas.

Es desconcertante que, en lugar de promover un diálogo democrático, la decisión de retirar el monumento haya sido tomada por una élite sin consultar a la ciudadanía.
Esta imposición de una visión particular sobre “lo monumental” recuerda prácticas propias del autoritarismo, lo que resulta preocupante en un país que busca fortalecer su democracia. La falta de consenso revela una limitada capacidad para conectar con el pasado y construir un futuro compartido.

El argumento para retirarlo no es ni estético ni urbanístico, sino político. Es contradictorio que, mientras se critica como “apresurado” colocar una estatua del expresidente Sebastián Piñera en la Plaza de la Constitución, se elimine sin consulta un monumento que lleva casi un siglo siendo parte de la identidad urbana de Santiago. Este doble estándar no solo muestra incoherencia, sino que también refleja una peligrosa tendencia a reinterpretar la historia desde las urgencias del presente. 

La memoria colectiva, como advertía Pierre Nora, no es un relato único y estático, sino un campo de batalla donde compiten diversas narrativas. En este caso, la decisión de retirar el monumento sin un proceso democrático no resuelve las tensiones sobre la memoria; las silencia. Este acto de silenciamiento fragmenta aún más una sociedad ya polarizada. ¿Qué clase de diálogo es posible cuando las decisiones sobre símbolos históricos se toman unilateralmente, sin alternativas ni espacio para la deliberación pública?

En lugar de eliminar un símbolo incómodo, habría sido más valioso resignificarlo, contextualizándolo críticamente o incorporando nuevas narrativas que dialoguen con la sensibilidad contemporáneas. La memoria no se fortalece borrando vestigios del pasado, sino enfrentándolos con honestidad, reconociendo tanto sus contradicciones como su valor histórico. 

Los monumentos, al igual que las sociedades que los erigen, son imperfectos. Pero su valor radica precisamente en su capacidad para interpelarnos, recordándonos que la historia es compleja, contradictoria y profundamente humana. En este sentido, retirar el monumento a Baquedano sin un debate amplio empobrece nuestra memoria colectiva y perpetua el conflicto simbólico. 

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