Santiago sin nosotros
Por Yves Besançon
Presidente AOA
Portalinmobiliario.com
Foto: enviajes.cl
Santiago empieza a vaciarse de sus habitantes apenas comienza el mes de enero. La ciudad cambia quedando cada día menos poblada al momento de que los santiaguinos se van a pasar sus vacaciones, merecidas o no, a lugares en los que el sol es a veces una ilusión, en los que la tranquilidad es otras veces una quimera y en los que la vorágine de la ciudad es reemplazada por un tumulto agotador de veraneantes que invaden los balnearios y algunos lagos del sur.
En los más concurridos la tranquilidad buscada no se encuentra y el escape de la ciudad densa y aglomerada es reemplazado por un tráfico vehicular lento y el espacio para descansar está atiborrado de personas que tratan de marcar su lugar con dientes y muelas.
Santiago, en cambio, se transforma en una ciudad como la que queremos y añoramos cuando en pleno tiempo laboral se nos hace más difícil viajar en automóvil, bus o en Metro en medio de la congestión diaria de las urbes de más de tres millones de habitantes. El problema es que las grandes ciudades son así y el intenso tráfico y la gran multitud de personas debe moverse todos los días necesariamente para acudir al trabajo y a los quehaceres diarios. Santiago en verano es como en un día domingo o un fin de semana festivo del resto del año en el que los santiaguinos no necesitamos movernos todos a la misma hora ni tampoco para cumplir obligaciones diarias como acudir a trabajar o dejar a los hijos al colegio o comprar en el supermercado, simplemente nos levantamos más tarde, vamos a misa, salimos a caminar o nos quedamos en la casa disfrutando del ocio del domingo leyendo o trabajando el jardín o durmiendo siesta. Eso es lo que pasa en Santiago en el verano, enero y febrero son días de ocio para muchos y de trabajo para pocos.
¿Qué le pasa entonces a la ciudad o mejor dicho qué lección nos deja este tiempo de relajo y de mayor tranquilidad? Simplemente creo que es un buen momento para reflexionar respecto a cómo deberíamos gestionar una ciudad que ya tiene más de siete millones de habitantes, que es una gran ciudad. Sería bueno entender que gestionar los horarios ayudaría mucho a descongestionar el tráfico de las calles separando los horarios de entrada y salida. Me refiero a lo que ya se hace en otras grandes ciudades como diferenciar el ingreso a las oficinas y hacer lo mismo con los colegios.
Lo de los colegios se puede apreciar fácilmente en los días de vacaciones de invierno en los que el tráfico entre las 8:00 y las 8:30 de la mañana se ve aligerado fuertemente, en otros países en los que se piensa la ciudad y se gestiona su funcionamiento los colegios de un mismo barrio entran en diferentes horarios declarando el ingreso entre treinta y sesenta minutos. Otra manera de lograr descongestionar es el transporte municipal especial y gratuito para todos los escolares, estén en el colegio que estén con recorridos inteligentes y sin discriminar a los alumnos según los ingresos de sus padres. Todos son iguales ante el transporte escolar, ricos y pobres, particulares y municipales.
Lo mismo se hace en ciudades europeas en las que cada empresa libremente decide que el horario de ingreso es flexible así como el horario de salida siempre cumpliendo con el horario de trabajo diario. Así se puede entrar entre las 8:00 y las 9:00 o entre 8:30 y 9:30 y salir en la tarde con la misma flexibilidad. Esto permite descongestionar y también permite que los empleados adecúen sus horarios según sus necesidades como dejar a sus hijos al colegio, acomodarse al horario de la pareja o simplemente según su reloj biológico, unos nos levantamos más temprano y otros más tarde, así de simple.
Santiago solitario es indudablemente una ciudad más amable pero también nos permite ver cosas que durante el año no vemos tales como la falta de árboles y áreas verdes bien cuidadas, o la manutención de calles y veredas, o la monstruosa proliferación de avisos publicitarios en cientos de gigantografías ilegales. La ciudad más vacía se nos muestra como realmente es sin el disfraz de los automóviles y el tráfico incesante que nos oculta lo que hemos hecho de nuestro Santiago.
Hemos descuidado sus áreas verdes, no hemos plantado árboles como se debería, las calles dejan mucho que desear y la publicidad se ha adueñado de nuestra libertad de tener una ciudad estéticamente bella, verde y armónica. He aprovechado de mirar los bordes de las autopistas con una vegetación mantenida por la concesionario verdaderamente mínima en vez de arborizar estas amplias áreas que le cambiarían el rostro a estas vías, o mirar los cerros que circundan la ciudad que son una yesca seca y amarilla en verano y que deberíamos transformar en frondosos bosques que nos entreguen airé puro y belleza al entorno que nos rodea. Tal vez nuestras autoridades y nosotros mismos aprendamos a mirar Santiago en el verano desde una perspectiva constructiva y con una mirada de futuro que permita mejorar sustancialmente nuestra calidad de vida en Santiago siempre y durante todo el año, no solamente en el verano cuando nos vamos a descansar lejos de la ciudad.
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