Urbanismo para pueblos pequeños
Por Julio Poblete, Arquitecto
La Tercera
ES RELEVANTE y complejo planificar las grandes inversiones urbanas, como por ejemplo, una extensión de la línea de Metro o el rediseño del eje cívico más importante de la capital. En la medida que los países aumentan sus ingresos, surgen estas oportunidades. Sin embargo, no podemos dejar de lado la realidad, también urbana, de más de 480 asentamientos urbanos repartidos a lo largo del territorio nacional, donde la suerte se juega en no más que una vereda bien diseñada y acorde al carácter del lugar.
El último censo nos indica que son sólo 29 las ciudades con más de 50 mil habitantes. De ellas, sólo tres tienen más de 500 mil personas. La gran mayoría se concentra en el rango sobre 100 mil, con 13 ciudades.
Sin perjuicio de ello, el universo de entidades urbanas (sobre 2.000 habitantes) llega a aproximadamente 482 localidades. ¿Qué urbanismo se está haciendo en esas pequeñas ciudades y pueblos? ¿Con qué criterio se priorizan las inversiones o se seleccionan los diseños más apropiados? ¿Es necesario someter a tanta restricción normativa lugares que por su carácter necesitan un poco más de flexibilidad? ¿Es necesario planificar o, por el momento, preocuparse del buen diseño? Todas estas son preguntas extremadamente válidas en un contexto nacional con una extensa y diversa red de pueblos que habitan el territorio de manera particular.
Una pequeña plazoleta, un proyecto de arborización, un proyecto de iluminación vial o un nuevo edificio municipal en Quilaco, Lago Ranco, La Junta, Pozo Almonte o Baquedano podrían hacer la gran diferencia. Podría ser una muy buena noticia si es una intervención que sirva para todos y en toda época, acorde a la escala del lugar y a la intensidad de su uso, con una imagen que sea contextual y apropiada al carácter urbano y del paisaje del entorno. Una mala noticia si esa intervención es extranjera o importada, en el sentido de que no está acorde al uso y costumbre, a la intensidad del lugar, a su imagen y escala; ajena, en el sentido de que los ciudadanos no la sienten propia y que ésta se vea impuesta.
Recientemente he comprobado la aparición de nuevas obras en algunos de estos poblados, muchas de ellas ejecutadas con nobles materiales y con buena intención, que poco aportan al carácter y mejoramiento de la calidad de vida. Desconozco si es por imposición de quien financia, por simple mala calidad del diseño, o porque localmente no existe educación ni plena conciencia de “lo que se es”, que se propician obras inapropiadas y ajenas al lugar. ¿Quién entiende una vereda de seis metros de ancho en un pueblo donde caminan dos personas por minuto? ¿Quién entiende una explanada para actos públicos, con gradas de hormigón sin ningún árbol, en un lugar donde llueve el 75% de los días del año y donde los árboles crecen solos?
El urbanismo de los pueblos pequeños es sencillo y sin pretensiones; es dialogado con la comunidad y apropiado al entorno e imagen; es de escala que no destruye el equilibrio local; es flexible, con énfasis en el buen diseño y no en la regulación; es sensible y educado, tanto por parte de quien recibe la obra como de quien la diseña y/o financia.
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